Este sábado 27 de enero tuvimos la oportunidad de vivir en comunidad el encuentro nacional de jóvenes para ir al Cubilete, a visitar a nuestro Cristo Rey. El emprender este trayecto sin duda comienza en el corazón.
Estoy convencida que estas experiencias son conducidas por el Espíritu Santo, son alentadas e infundidas por un deseo inexplicable por hacer locuras, locuras que solo le pertenecen a Él. La experiencia comienza a veces con temor, con duda de si se logrará y es por esto por lo que Cristo nos invita a vivirla en comunidad.
Es hermoso pensar en el significado de Cristo Rey, en lo que significa para nuestra iglesia, en el cómo nos identifica como cristianos y nos otorga identidad y dignidad, al sabernos hijos suyos. Es también sumamente significativo en el sentido de pertenecer a esta bellísima nación, el ser mexicano, lo que el Rey significa para este pueblo y su historia al levantarse y hacer lío en su nombre.
Este año caminábamos juntos pidiendo participación ciudadana y exigiendo libertad religiosa. Juntos reunidos hacia el exigir la libertad de ser y pertenecer, de que todo ser humano es digno y eso debe respetarse desde el inicio de la vida. Pero, sobre todo, encomendando esto desde la fe y dejándolo en las manos de la Reina y Madre de este mundo, la que sostiene los corazones de sus hijos, la que sin medida siempre dice sí y emprende el trayecto con gusto.
Después, caminar horas, creer que ya no se tiene otro aliento más y escuchar las voces, las risas, los ánimos, las palabras de aliento en el hermano, incluso en aquel al que no conocemos. Estas locuras de amor, de risas, son las locuras de ser cristiano, de amar genuinamente y amar sin medida al prójimo.
Una profunda experiencia de encuentro, de espera de aquellos que lo organizaban y de peregrinación de tantos hacia la llegada con el Rey de reyes y su Iglesia. Fue un encuentro entre personas de todas partes del país, con diferentes historias, caminando hacia Él, alabándolo a una sola voz, teniendo conversaciones que alientan el corazón e inspiran la vida, orando con un solo corazón, como genuinos hermanos en Cristo.
Este fin de semana fue un recuerdo, una sacudida a la vida, a la rutina, una estremecida profunda hacia transformarse. Un recuerdo de que no son las horas, no son los pasos, es la mirada, puesta fija y determinadamente en el cielo. El caminar a la cima ofreciéndolo, el poseer ese valioso tiempo de estar, reflexionar y dialogar en el camino con el Señor.
Finalmente, el llegar a la cima, ver la alegría, los suspiros, en algunos incluso las lágrimas y cuestionarse no solo el cómo llegar, sino el cómo permanecer. Fueron momentos donde entre tantos, puedes encontrarte y encontrarlo, sabiendo que te invita a permanecer en Él, caminar de su mano y convertir tu vida en su reflejo, en el esplendor y la libertad que viene de una vida entregada.
Isabel Tello
Isabel Tello
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